El ego nos da una sensación de individualidad, necesaria para descubrir quiénes somos, qué queremos y cómo encajamos en el mundo. Amo mi ego conscientemente porque me recuerda que como humana tengo luces y sombras. Además lo reconozco como una parte de mí que me impulsa a crecer, a aprender de mis errores y a reflexionar sobre cómo puedo ser mejor. Solo siendo consciente de su influencia, lo he podido convertir en un aliado, años me ha costado entender que no es nada malo: está aquí para enseñarme a aceptar lo que no controlo, pero no dejar de luchar por la libertad y mis valores, tomándome los desafíos como un camino de sabiduría.
Me gusta poder controlar mi ego, por fin, y así poder decir lo que pienso sin caer en mis defectos pasados ante la injusticia, la falta de transparencia o de entendimiento. Ahora me inspira a ser más creativa en lugar de reactiva, a relacionarme desde el respeto, pero sin dejarme pisar, con fuerza y determinación, defendiendome con argumentos y con compasión de quien no controla su ego. Me invita a dialogar con los demás, y no callarme para no liarla, será también cosas de la edad,, dejando espacio para la escucha, la compasión y la justicia.
Ni mi ego ni yo somos perfectos, ni aspiramos a serlo, pero juntos caminamos hacia una vida más plena, consciente y auténtica. Tantos años callada, le doy las gracias por controlar la verborrea pasada que a veces no es positiva para nadie. Eso sí, ya no me callo.
Por eso lo amo, porque me guía para vivir con propósito, humildad y desde el corazón, sin dejarme pisar.