Ayudar a los demás, nos da a todos una profunda razón para vivir y para trabajar a diario.
Para tener una vida plena, que incluye inevitablemente cierta parte “espiritual”, no debemos cuidar solo de nuestro interior o llevar una insignia propagandística que diga “Soy buena persona”. Nada que ver.
Para ser felices debemos de ser conscientes y hacer lo que amamos sin apego al resultado. Si cumplimos con esta premisa, desde el respeto a los demás, siempre estaremos ayudando, aún sin saberlo, y avanzaremos serenos por nuestro camino.
La verdadera ayuda nace de hacer simplemente lo que se nos da bien de forma natural y compartirlo con los demás. Cuando damos lo que somos y lo que nos apasiona, es muy placentero para nosotros y para los demás. Es como acomodar la almohada por la noche.
Cuando ayudamos, a veces el resultado puede parecer bueno, y sentirnos conformes, pero también en otras muchas ocasiones nos enfrentaremos al fracaso. Y así es y hay que aceptarlo. Y volver a intentarlo. Siempre desde el consentimiento y beneplácito de la persona que busca ser ayudada y que a su vez, inevitablemente, ayudará a muchas más.
Todos somos uno. Así que ayudarnos mutuamente puede ser la mejor forma de avanzar hacia un Mundo mejor.