COMPASIÓN DE MADRE

“El amor y la compasión son necesidades, no lujos” Dalai Lama.

Muchas veces he visto, a lo largo de estos 15 años como “Mamá Especial”, a personas que me han mirado o me han dicho directamente: “Yo no podría”.

Siempre me he preguntado por qué esas personas que tenía en frente (médicos, profesores, conocidos, etc.) no habrían desarrollado en su vida empatía y compasión, para apoyarnos en vez de mirar con “pena” a mi hija.

Los opuestos de la compasión son la lástima, la indignación moral y el miedo y muchas personas se han acercado a nosotras desde ahí.

Tras años de reflexiones, me he dado cuenta de que realmente esas personas me regalaron algo. De todas esas relaciones he aprendido que hay otro camino y he aumentado mi propia compasión.

Y las dos hemos recorrido juntas este camino, Any como Maestra, poniéndonos en situaciones increíbles, y yo como Aprendiz. Fuera egos, fuera miedos, fuera…Todos nacemos intrínsecamente con compasión. Pero no todos están dispuestos a dejarla aflorar. Nosotras SÍ.

Todas esas personas me han enseñado a valorar mi instinto maternal, nuestra capacidad de supervivencia, nuestro crecimiento emocional, mi camino espiritual… todos ellos nos han hecho gritar que SÍ SE PUEDE.

Profesionales del sector de la Salud, profesionales que trabajan en el campo de la Educación Inclusiva, etc. deberían ser primero personas compasivas, y luego tituladas. Porque sin compasión no se puede acompañar a los demás en el camino.

La compasión es la capacidad de ver claramente dentro de la naturaleza del sufrimiento y actuar en consecuencia.

Por eso, por ejemplo, cuando como Mamás nos tenemos que enfrentar a problemas relacionados con nuestros hijos, no se sabe a veces de dónde sacamos las fuerzas.

La fuerza viene de nuestro propio máximo sufrimiento. Se llama resiliencia.

Tenemos unas grandes espaldas para ser ecuánimes en la vida y una frente suave para tener compasión con los que no parecen ayudar en el camino.

Nos mantenemos fuertes a pesar de todo, estamos dispuestas a luchar al máximo y hemos aprendido a vivir sin aferrarnos al desenlace.

Ahora, tras tantos años de camino, cuando nos relacionarnos con los demás empatizamos siempre con ellos y nos ponemos en su lugar. Si no hiciéramos esto nos resultaría imposible convivir en la sociedad actual, rodeadas de injusticia social, inmoralidad y miedo a lo diferente.

Paramos, percibimos las emociones del otro, luego las reconocemos y, finalmente, proporcionamos las respuestas adecuadas sabiendo que ellos también nos necesitan.

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