«Había nacido un nuevo maestro, que había aprendido a mirar desde el corazón a sus alumnos; desde esa nueva posición no veía defectos en ellos, sino un universo de dones esperando ver la luz». Carlos González Pérez.
Son niños, adolescentes, jóvenes…
En nuestra opinión cualquier persona que se relaciona con ellos, en cualquier ámbito: escolar, hospitalario, etc., debería de estar preparado para, por lo menos, no impactar negativamente en la vida de ese menor.
Si una persona no sabe lidiar con las situaciones propias de un problema de cualquier tipo relacionado con un joven, no debería de ocupar un puesto profesional de trato directo con ellos o con sus padres, porque en vez de ejercer de ejemplo de autoridad democrática, les muestra la barbarie de la ignorancia por “titulitis”, que también es un aprendizaje, pero tener siempre esa actitud en una relación diaria limita el aprendizaje y el crecimiento personal del menor.
Muchas veces estos “profesionales” no dudan en defender su posición o la del organismo al que representan delante de los menores de una forma negativa e incluso cruel, con el único argumento de ser la autoridad contratada para ello, y no la autoridad sabia humanitaria.
Muchas veces nos encontramos en situaciones en las que la familia y el profesional no estamos de acuerdo en la interpretación de la norma, o se ponen por encima los intereses generales a los del menor, sin dar lugar a interpretaciones particulares e incluso llegando a las malas formas delante de los menores.
Frases duras o diagnósticos desalentadores, o comentarios difíciles de interiorizar por falta de información sobre temas de salud; sentencias fulminantes de los “profesionales” del sistema educativo, desconocimiento humanista por su parte sobre las excepciones en la aplicación general de las normas, etc. crean situaciones frente a los menores difíciles de manejar por los padres desempoderados por el sistema que ejerce de autoridad en ese entorno.
La cuestión es que, al principio, como padres conscientes, nos solemos sorprender. Después sentimos impotencia, a veces lloramos, hasta que nos damos cuenta de que a pesar de cumplir con todo lo que nos piden los profesionales, nuestros hijos parecen ser un problema para ellos más que un reto profesional. Y acabamos, tras años, mirándolos con compasión y tratando de evitar que nuestro hijo pase una vez más por esas situaciones tan desagradables.
Hagamos entre todos los “adultos” Espacios Libres para que nuestros hijos no sufran de las malas gestiones de los “adultos”: padres y profesionales.
La buena comunicación nos hace crecer a todos.
Escuchemos y seamos escuchados.
Aprendizaje: Cuidemos la forma de relacionarnos con los jóvenes.
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