Por Any Pascual.
“Amor verdadero nos une por siempre, en el latido de mi corazón”. Miguel, en la película “Coco”.
Siempre estamos acompañados. Nuestros ancestros, nuestra familia, nos guían continuamente.
Tanto las experiencias de los que reconocemos, la familia cercana (abuelos, bisabuelos…), como las historias de los antepasados, de nuestro linaje, nuestro pueblo y nuestro planeta, existen por un motivo.
El día de hoy es una maravillosa oportunidad para preguntarle a nuestra familia qué nos pueden enseñar, y para escucharles con el corazón. Incluso la generación de nuestros padres, de las últimas décadas del siglo XX, nos puede aportar valiosas lecciones.
Hay un vínculo que nos conecta con todos nuestros antepasados. ¡Hay un motivo por el que el árbol genealógico se llama así! Estamos presentes en todos los que nos precedieron. Somos una parte de la historia del mundo, de su legado. Somos una rama, que se conecta a otra rama mayor, y a otra y otra.
Tenemos tanta sabiduría en nuestro corazón…
Todavía me asombra, en días como este, que la verdad siempre sale a flote. ¡Todos somos uno! Al final, descendemos de la Vida misma, de la Madre Tierra en su conjunto.
Y en nosotros está todo el conocimiento que necesitamos, porque contamos más que con nuestras propias ideas. Contamos con cosas como nuestro código genético, que al fin y al cabo es la forma en la que la ciencia actual explica lo que se ha sabido desde siempre… que las experiencias de nuestros padres, y de los padres de nuestros padres, y así hasta el infinito, forman parte de nosotros y nos dan forma.
Nada es casualidad. Nosotros, antes de encarnar, escogemos a nuestra familia.
Y eso es, ¿sabéis? Eso es así por algo. La tradición nos da una base sólida, un punto de encuentro y de partida. Un punto a partir del cual evolucionar. Nos marca referencias continuamente, para que siempre recordemos quiénes somos en realidad. Para que siempre sepamos de dónde venimos y, quizá, a dónde iremos al final.
Nuestros ancestros han vivido sus vidas, hecho sus sacrificios desarrollando su potencial. Y ahora, en este preciso momento, están aquí con nosotros, mirándonos y compartiendo nuestras historias con un objetivo común.
Quizá las ramas más altas del árbol no puedan ver, entre tanto fruto, las raíces que les dan fuerza, forma, sentido y propósito. ¡Para eso está el otoño! Cuando las hojas de nuestro presente se transforman con alquimia, cuando lo que creímos ser se cae y nos permitimos quedarnos a la intemperie ante la vida, son las raíces las que nos sostienen y nos mantienen erguidos. Es entonces cuando, despojados de todo disfraz, nos atrevemos a mirar hacia ellos. Hacia nuestros recuerdos.
Quizá haya ramas caídas, pero todas son parte del mismo árbol. Del mismo principio primordial. De la misma familia universal.
Algunos árboles tienen sus raíces a la vista, y las reverencian y reconocen, felices de ser su familia. Esos árboles se alimentan constantemente de los nutrientes de su pasado, de forma consciente y conectada.
Otros árboles se comportan de manera más sutil, aunque no menos activa. Sus raíces son densas, pero paulatinas, robustas y resistentes, cercanas. Concentradas, porque asimilan su tierra más profundamente antes de avanzar. Así, se aseguran de que el bagaje del entorno les ayudará a prosperar en diversas circunstancias. Lo que aprenden de verdad les es útil, aunque a veces no se den cuenta de ello.
Y otros árboles, los más difíciles de arrastrar, tienen raíces por todas partes, y sus ramas son un híbrido de muchas posibilidades. Estos árboles sustentan a la comunidad, porque están en todos lados y son capaces de asimilar diferentes tipos de estímulos, integrándolo todo en su esencia.
Hay un cuarto árbol, aunque estos son escasos y a veces no se les ve porque no suelen llamar tanto la atención como los de tronco ancho o ramas y raíces amplias. Estos árboles son pequeños, pero dan los frutos más deliciosos en su época. Sus raíces son difíciles de encontrar, porque pocos tienen la paciencia necesaria y casi nadie sabe dónde buscar. Probablemente parezcan un palo, sinceramente. Pero las apariencias engañan, porque estos árboles, si bien no alcanzarán la magnitud de las sequoias o el esplendor de los pinos, miran directamente al cielo. Estos árboles utilizan sus recursos para enraizarse en lo más profundo, en vez de expandirse y prosperar en el materialismo. Incluso puede parecer que no son árboles de pleno derecho, porque no tienen tanto interés en crear a otros como ellos. En vez de eso, su Vida llega hasta el fondo del todo, y su núcleo está conectado intrínsecamente con la Madre Tierra.
Todos son hermosos, todos son necesarios y todos forman parte de este maravilloso bosque que es al mismo tiempo el presente y el pasado, el linaje de toda la humanidad conviviendo en armonía.
Detengámonos un momento y pensemos… ¡Cuánto del espíritu de nuestros ancestros tenemos dentro de nosotros para que hoy estemos aquí, vivos! Estamos compartiendo unos momentos con la eternidad, estamos danzando, cantando y conversando con la vida y la muerte.
Conocemos este mundo a través de nuestros ancestros. Y en días como hoy, nuestros ancestros conocen el mundo a través de nosotros.
Por eso, ofrecerles nuestra energía es tan importante como recibir la suya.
En una ofrenda como la de este año, sus historias comparten sitio y se entremezclan con las nuestras.
Un Día de Muertos como este es para compartir, para conectar, para sentir el vínculo.
Nosotros les aportamos gratitud, amor, y las cosas que nos importan, porque ellos nos comparten su confianza, su cariño y su compañía. Les ponemos comida de la que nosotros mismos comemos, para crear el sentimiento de comunión. Les acompañamos y les damos la bienvenida, en estos días, como ellos nos dieron la bienvenida hace tanto tiempo y nos acompañan a cada momento en nuestro caminar, recordándonos mientras les recordamos y dándonos sus recuerdos para crear los nuestros.
Gracias, gracias, gracias. Os amo, os amo, os amo.
La familia no solamente es de sangre, de todas formas. Hay almas a las que estamos conectados que nos susurran “Estamos contigo” aunque no compartamos cromosomas. Las almas gemelas existen, los guías espirituales (alebrijes, espíritus, animales “familiares”, elementales…) existen, los amigos del alma existen.
Los Maestros existen de verdad.
Hay mucha gente que ha tenido una influencia esencial en nuestra vida, en esta encarnación y/o en otras. Y con eso de “influencia esencial” me refiero a que son personas que nos llegan mucho más allá de todas las barreras humanas, que desafían las cosas que creíamos posibles, que están continuamente abrazando nuestra alma más profunda. Personas que nos ayudan a descubrir nuestro Ser. Personas que nos influyen mucho en el transcurso de nuestras experiencias, que cambian nuestro karma, que iluminan nuestro dharma. Esas personas. Esas, que nos allanan y allanaron el camino. Esas que influyen en nuestros múltiples destinos, mostrándonos nuestro propósito y nuestro talento incluso en tiempos de desafíos. Esas, que están en nuestra Esencia. En el latido de nuestros corazones.
El Día de Muertos es un día de recuerdos, de familia, de momentos inolvidables que perduran más allá del tiempo y el espacio.
Y sobre todo, el Día de Muertos es el día de mis antepasados, del alma ancestral, de los vínculos.
Es el día de Peregrina, Cándido, Silvio, José Manuel, Carmina, y de todos los demás. De los del puente de flores, y los del Más Allá. De los que ya no están, y de los que seguimos.
Y también es el día en el que quiero decir que sí, que estoy un poco loca, y que estoy feliz de ser su familia. Porque aunque su visita sea una vez al año, nuestro amor no conoce fronteras. Lo que nos une es… Sempiterno.
¡Feliz Día de Muertos!
Aprendizaje: Somos familia, y sus almas nos guían. Amor verdadero nos une por siempre, tanto en vida como después de la muerte.
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