Es el camino más peligroso.
Admitir la adversidad es difícil. Por eso elegimos muchas veces retardar, evadir u ocultar los problemas. Pero tarde o temprano terminarán alcanzándonos, esta vez por sorpresa, cuando menos lo esperemos, si no lo afrontamos de forma valiente lo antes posible y nos molestamos en conocer las herramientas para hacerles frente y reponernos cuanto antes.
Para eso tenemos la memoria. Nos recuerda nuestras experiencias pasadas y nos iluminan el camino presente.
Si nos refugiamos en la evasión, y no afrontamos los nuevos retos y aprendemos de nuestras experiencias pasadas y de las experiencias de los demás, nos alejaremos de nuestra capacidad para crear nuevas alternativas e intentar aportar una luz de esperanza para que otra situación vital sea posible.
Hoy en día elegimos, a veces sin darnos cuenta, un estilo de vida en el que estamos anestesiados. Miramos hacia otro lado para alejarnos del dolor, viviendo como si fuéramos autómatas, buscando continuamente nuevas experiencias cada vez más intensas y al límite, que le den un sentido a nuestra vida y nos alejen de la cotidianidad.
El problema es que, al intentar protegernos del sufrimiento, caemos en lo que pretendemos evitar y nos causamos un dolor más profundo al evadirnos de nuestras responsabilidades reales y de la toma de decisiones presentes.
Dejemos de pensar en términos antagónicos, bueno o malo, positivo o negativo. Ese es la base del sufrimiento. Flexibilicemos nuestros pensamientos y abramos nuestro corazón a las posibilidades.
Pensemos en el famoso yin y yang. No son antagonistas sino dos fuerzas complementarias que se necesitan mutuamente. Todas las experiencias encierran una parte positiva y otra negativa. Somos nosotros quienes le damos más importancia a una u otra.
Por evadirnos no va a mejorar nada, simplemente caminaremos por el sufrimiento de ese momento.
Incluso las experiencias aparentemente negativas encierran siempre una oportunidad o una enseñanza que puede convertirnos en personas más sabias o resilientes.
Tomemos el toro por los cuernos y afrontemos las posibilidades cuando pasen por nuestra puerta. Retrasar las decisiones solo nos genera más sufrimiento y no soluciones.
Seamos nosotros los dueños de nuestra vida y no nos pongamos excusas vacías para evadirnos del esfuerzo y trabajo que supone un avance en el camino.
Crecer consiste en afrontar la vida, no en evadirnos de los problemas.