«Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria». San Juan [1, 1-18].
Incluso al Hijo de Dios se le denomina en el cristianismo el “Verbo”, indicando el poder de la acción del todo poderoso entre nosotros. Cuán importante será la palabra para el ser humano para denominar “Verbo” a su esencia creadora, a la vibración del vacío que creó la dimensión en la que habitamos reverberando en el propio vacío. Verbo, Logos, Palabra…
Sin duda nuestra percepción del mundo está filtrada por el lenguaje. Por eso, a pesar de que compartamos códigos comunes, el significado que cada persona le otorgue a cada concepto está condicionado por la experiencia propia. La palabra no solo es un sistema de comunicación, sino también de creación de realidad, una forma de apreciar más los matices de la vida.
Y es que el lenguaje determina la arquitectura de nuestra mente. Nuestros pensamientos están formados en su mayor parte por palabras que codifican nuestra realidad, y encierran en sí mismas experiencias.
De ahí el poder del Verbo. El poder de crear y el poder de destruir. Incluso la ausencia de las palabras puede ocasionar algún tipo de problema. Por eso es tan importante el diálogo positivo con uno mismo y con los demás.
Hay palabras mágicas: Gracias. Perdón. Lo siento. Te amo. Palabras y frases que amplían y expanden la mente y el espíritu; y palabras que están cargadas emocionalmente, tanto que el solo hecho de verbalizarlas ya hace que ese estado te invada. No es lo mismo decir “soy un desastre” que decir “me falta habilidad en esto”. De nuestras palabras depende nuestro futuro, así que empecemos a cambiar nuestra vida, cuidando las palabras que nos decimos y nuestra forma de hablar.
Aprendizaje: Seamos conscientes de cómo las palabras condicionan nuestra vida y el poder que tienen.
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