Todos nos enojamos algunas veces.
No importa cuántas veces repitamos: “no me voy a enojar”, siempre habrá situaciones que pongan a prueba nuestro equilibrio; no enfadarse requiere de un esfuerzo consciente para controlarnos.
El enojo siempre es desaconsejable, así que intentemos que no forme parte de nuestra vida. Es una fuerza negativa capaz de destruir la paz que nos rodea.
Es lo opuesto a estar feliz y como en este mundo la vida no es siempre bonita, fácil, divertida, y las cosas no siempre salen como nosotros queremos, hay momentos en los que la felicidad está más dormida o en nosotros o en los demás. Realmente enojarnos con otros, con las situaciones o con nosotros mismos, no mejora nada. Las demás personas dicen y hacen cosas que no nos gustan independientemente de que nos enojemos o no, porque sus vidas tampoco son perfectas, y quizás no han encontrado como controlar esos enfados.
Pero todos podemos igualmente mantener nuestro equilibrio. No debemos reprimir nuestras emociones pero tampoco permitamos que cualquier pequeña cosa nos desborde.
Paciencia, ese es el truco. La paciencia es considerada por muchos como un signo de debilidad, con la que les permitimos a los demás que se aprovechen de nosotros y obtengan lo que les dé la gana. Sin embargo, la realidad no podía ser más diferente. La paciencia nos hace ser realmente libres, porque no caemos en una sobre-reacción emocional incontrolada siendo capaces de mantener la consciencia bajo presión.
Es imposible que nuestra mente mantenga dos emociones opuestas de forma simultánea. No podemos enfadarnos con una persona y ser felices al mismo tiempo, simplemente no funciona. Así que mantengamos nuestra felicidad y así alejaremos nuestros enfados y los de los demás.
Si algo nos molesta, no lleguemos al enfado. Respiremos profundamente en el instante en que notemos que estamos tensos. No es una frase hecha, es una técnica de relajación. Podemos también contar lentamente hasta cien para evitar decir cosas de las que nos arrepentiremos después. O, si estamos en una confrontación directa, podemos elegir retirarnos antes de que la situación se salga de control. Cada caso es diferente, así que necesitaremos utilizar nuestro cerebro para ver cuál es la mejor opción.
Cuando estamos enojados, la rabia parece llegar como una especie de protector, como nuestro gran amigo que protege nuestros intereses, ayudándonos en el campo de batalla. Esta ilusión nos permite pensar que enojarse es justificable. Pero si observamos con más cuidado, el enojo no es nuestro amigo, sino nuestro enemigo. El enojo nos produce estrés, angustia, pérdida del sueño y de apetito.
Cuando se nos acusa de algo y sentimos que el nudo de defendernos empieza a apretarnos el estómago, tenemos que detenernos y pensar de forma racional. Solo existen dos opciones: la acusación es cierta o es falsa. Si es verdadera, y queremos ser adultos maduros deberíamos de admitirlo, aprender de ello y seguir con nuestra vida. Si no es cierto, la persona que nos acusa, cometió un error, no pasa nada, es humano, como nosotras.
Meditar también puede ser extremadamente beneficioso para combatir el enojo. La meditación es un estado de preparación para la vida real. No tiene sentido que meditemos en el amor y la compasión todas las mañanas pero, tan pronto como algo no está como nosotras queremos, nos enojemos con nuestros hijos, nuestra pareja, etc. Meditando llenamos nuestra mente con pensamientos positivos: paciencia, amor, compasión, y es algo que podemos hacer en todos lados, en cualquier momento y así alejarnos de los negativos que se acumulan hasta el enojo. Es como un «reset» de felicidad.
Si queremos ser personas más pacientes, más amorosas, amables y felices, entonces necesitamos practicar la paciencia. No siempre, por suerte, estaremos rodeados de personas que hacen y aceptan todo lo que nosotros queremos. Si fuera así no creceríamos porque nunca tendríamos ningún desafío. Y no podíamos practicar.
Si lo vemos así la persona con la que podríamos estar enojados nos da la oportunidad de realmente practicar la paciencia. Por eso siempre decimos que nuestro “enemigo” es nuestro mayor Maestro, porque nos pone a prueba a nosotros mismos.
No se trata imaginar situaciones extrañas a la vida diaria, se trata de reconocer que tras siglos de educación y pensamiento hacia lo negativo, la norma parece ser el enojo y reaccionar lo «normal», en vez de mantener el control y el equilibrio.
Cada vez que nos encontremos con una persona que nos pone a prueba nuestra paciencia, busquemos la forma de verlo como lo que es, alguien que tiene realmente más problemas que nosotros y de alguna forma descarga sus cosas con el primero que pasa. Aprendamos a mantener el equilibrio en ese momento y evitemos caer en la trampa de enojarnos también.
Compartamos felicidad y no enfados.