EL PERRO Y EL CLAVO OXIDADO.
Una mañana soleada una niña se encontró con un perro que estaba sentado en medio de un camino y no paraba de gruñir y de quejarse.
-¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo?, le preguntó dulcemente.
Al mirar la chica se dio cuenta de que sus ojos estaban bañados en lágrimas y su mirada reflejaba cierta angustia y tristeza. De ahí que la niña intentara acercarse para ayudarlo.
Pero el perro le gruñó. Era evidente que aquel perro estaba sufriendo.
La niña empezó a inquietarse. Poco después, descubrió que el animal estaba sentado sobre un clavo oxidado e intentó ayudarlo:
-¡Cuánto más tiempo tarde en sacártelo, más te dolerá la herida!
Pero el perro no le dejó acercarse y seguía sentado sobre el clavo, emitiendo de forma intermitente un llanto cargado de dolor y resignación. La niña no podía dejar de pensar:
-¿Por qué diablos sigues sentado sobre un clavo oxidado?
Si aquel animal hubiera podido hablar, seguramente le hubiera dicho lo siguiente:
-Si no me levanto es simplemente porque no me duele tanto como para hacer el esfuerzo de levantarme.
Aprendizaje: No seamos víctimas de la tiranía de la pereza.