En nuestro viaje de novios en el año 2000, hace 25 años, nos fotografiamos conscientemente frente al Reloj de la Deuda Pública en Nueva York, aunque entonces no podíamos ni imaginar la realidad que estaba por venir.
Entonces, la deuda media por familia rondaba los 73.000 dólares.
Hoy, un cuarto de siglo después, supera los 900.000 dólares.

Ese reloj no solo mide cifras, refleja cómo ha cambiado el mundo en apenas 25 años, cómo se transforma la economía global y cómo la deuda termina afectando a la vida de cada familia. Porque la deuda no debería ser un asunto lejano de gobiernos y mercados. Cada vez que creemos que algo es “gratis” o pensamos en ayudas económicas de cualquier tipo, debemos recordar que los gobiernos imprimen dinero, inyectan liquidez en los mercados… y con ello suben nuestra deuda. Esa deuda condiciona nuestras vidas actuales y también las futuras: hipotecas, empleo, pensiones y servicios públicos.
El tiempo, como ese reloj, no se detiene. Y las decisiones de hoy tendrán eco en el futuro de las próximas generaciones… si tenemos suerte, porque si no solo la Tercera Guerra Mundial puede borrar esos números.
A veces, una simple foto guarda más que un recuerdo personal, guarda también la huella de la historia que vivimos.


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