UNA DE CUENTOS (III)

La fiesta.

«Alguien se pone en camino y, al mirar hacia delante, distingue a lo lejos la casa que le pertenece.

Sigue caminando hacia ella y, al llegar, abre la puerta y entra en una habitación preparada para una fiesta.

Están invitados todos los que fueron importantes en su vida, y todo el que viene trae algo, se queda un tiempo, y luego se va.

Así, pues, asiste cada cual con un regalo por el que ya pagó todo el precio: la madre, el padre, los hermanos, un abuelo, una abuela, el otro abuelo, la otra abuela, los tíos y las tías, todos los que hicieron sitio para él, todos los que lo cuidaron. Incluso vecinos, amigos, maestros, parejas e hijos.

Todos los que tuvieron importancia en su vida y los que aún la tienen.

Y cada uno que llega trae algo, se queda un poco, y luego se va.

Igual que los pensamientos, que llegan, traen algo, se quedan un poco, y luego se van.

Igual que vienen los deseos o el dolor: todos traen algo, se quedan un poco y luego se van.

Y también la vida: viene, nos trae algo, se queda un poco y luego se va.

Después de la fiesta, la persona se encuentra colmada de regalos y sólo permanecen a su lado aquellos a quienes corresponde quedarse todavía un tiempo.

Se acerca a la ventana y se asoma: ve otras casas, sabe que en su día también celebrarán una fiesta. Él irá, llevará algo, se quedará un poco y luego se Irá.

También nosotros participamos aquí de una fiesta, trajimos algo, tomamos algo, nos quedamos un tiempo, y luego nos vamos”.

Vivir.

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UNA DE CUENTOS (II)

“Pongamos una rana en un recipiente lleno de agua y comencemos a calentar el agua.

A medida que la temperatura del agua empieza a subir, la rana ajusta su temperatura corporal en consecuencia.

La rana se mantiene ajustando su temperatura corporal con el aumento de la temperatura del agua.

Justo cuando el agua está a punto de alcanzar el punto de ebullición, la rana no puede ajustar más.

En este punto la rana decide saltar.

La rana trata de saltar, pero es incapaz de hacerlo, ya que ha perdido toda su fuerza ajustando la temperatura corporal.

Muy pronto la rana muere.

¿Qué mató a la rana?¿El agua hirviendo?

Lo que mató a la rana fue su propia incapacidad para decidir cuándo saltar».

Moraleja: Saltemos mientras tengamos la fuerza.

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UNA DE CUENTOS

“Había una vez un niño muy curioso, sensible e inquieto que fue al circo y se quedó maravillado al ver la actuación de un gigantesco elefante. En el transcurso de la función, el majestuoso animal hizo gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales… Durante el intermedio del espectáculo, el chaval se quedó todavía más sorprendido al ver que la enorme bestia permanecía atada a una pequeña estaca clavada en el suelo con una minúscula cadena que aprisionaba una de sus patas.

“¿Cómo puede ser que semejante elefante, capaz de arrancar un árbol de cuajo, sea preso de un insignificante pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros del suelo?”, se preguntó el niño para sus adentros. “Pudiendo liberarse con facilidad de esa cadena, ¿por qué no huye de ahí?”, siguió pensando el chaval en su fuero interno.

Finalmente, compartió sus pensamientos con su padre, a quién le preguntó: “¿Papá, por qué el elefante no se escapa?” Y el padre, sin darle demasiada importancia, le respondió: “Pues porque está amaestrado.” Aquella respuesta no fue suficiente para el niño. “Y entonces, por qué lo encadenan?”, insistió. El padre se encogió de hombros y, sin saber qué contestarle, le dijo: “Ni idea”. Seguidamente, le pidió a su hijo que le esperara sentado, que iba un momento al baño.

Nada más irse el padre, un anciano muy sabio que estaba junto a ellos, y que había escuchado toda su conversación, respondió al chaval su pregunta: “El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a esa misma estaca desde que era muy, muy, muy pequeño.” Seguidamente, el niño cerró los ojos y se imaginó al indefenso elefantito recién nacido sujeto a la estaca.

Mientras, el abuelo continuó con su explicación: “Estoy seguro de que el pequeño elefante intentó con todas sus fuerzas liberar su pierna de aquella cadena. Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, no lo consiguió porque aquella estaca era demasiado dura y resistente para él.” Las palabras del anciano provocaron que el niño se imaginara al elefante durmiéndose cada noche de agotamiento y extenuación.

“Después de que el elefante intentará un día tras otro liberarse de aquella cadena sin conseguirlo”, continuó el anciano”, llegó un momento terrible en su historia: el día que se resignó a su destino.” Finalmente, el sabio miró al niño a los ojos y concluyó: “Ese enorme y poderoso elefante que tienes delante de ti no escapa porque cree que no puede. Todavía tiene grabado en su memoria la impotencia que sintió después de nacer. Y lo peor de todo es que no ha vuelto a cuestionar ese recuerdo. Jamás ha vuelto a poner a prueba su fuerza. Está tan resignado y se siente tan impotente que ya ni se lo plantea.”

Cuento extraído del libro “Déjame que te cuente” de Jorge Bucay.

Moraleja: Despertar está en nuestras manos, nunca es tarde para tomar una decisión que pueda mejorar nuestras vidas. Atrevámonos a cuestionar y confrontar aquellos miedos inconscientes que llevan años limitándonos, de manera que podamos convertirnos en personas libres.

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