Todos tenemos una ética por la que nos regimos. Todos tenemos unos valores que respetamos.
Nosotras apreciamos y respetamos a todas las personas que tienen una ética natural desde el corazón.
Todos cometemos errores, no somos perfectos, pero las personas que combinan esas características de amantes de la verdad y la pureza del corazón, son sin duda mágicas.
No importa si son grandes empresarios, o humildes agricultores, en su forma de ver la vida, sus valores y su ética, es más lo que les une, que lo que les separa.
Personas íntegras, no perfectas, con las que no coincidimos en muchos puntos de vista, pero que son GRANDES por dentro, desde el amor por si mismos y por los demás y desde el respeto por lo más profundo del ser humano, el alma verdadera.
La verdad absoluta está en nuestro corazón, y si nos escuchamos a nosotros mismos nos encontraremos con nuestros valores, los reales, los que no son negociables y no han sido manipulados por las circunstancias.
Por eso adoramos a los niños y su inocente verdad, al no estar comprometidos empáticamente con las normas sociales para relacionarse. Esa es la verdad del alma, del corazón, que se pierde la mayoría de las veces para poder sobrevivir en la sociedad actual.
Cierto es que cuando hablamos relativizamos la verdad, a veces por respeto al otro o por convivencia, el problema surge cuando todo se hace desde un beneficio particular, aunque prediquen que es por un beneficio común.
El problema surge cuando las personas juegan con la verdad. Cuando se verbaliza conscientemente una verdad relativa y se trafica con ella. No vale todo en esta vida. Abusar de la confianza de alguien es un acto que define más al que engaña que al inocente. Igualmente el silencio es el mejor compañero de la verdad, frente a la verborrea necia del charlatán.
Por eso nosotras valoramos tanto la ética natural desde el corazón, como la única forma de relacionarnos con los demás, sintiéndonos felices con nosotras mismas.
