“Día y noche son las rotaciones de aquella rueda. (…) Gira continuamente y está desprovista de consciencia. Se mide en meses y quincenas. No es uniforme en el tiempo, y se desplaza por todos los mundos. (…) La fuerza de la pasión la mueve. (…) Gira en medio de dolor y destrucción. Es dotada de acciones y los instrumentos de acción. (…) Es producida por ignorancias varias. Es atendida por miedo y engaño, y es la causa del engaño de todos los seres. (…) Esta rueda de la vida que está asociada con pares de opuestos y es desprovista de consciencia – el universo con los verdaderos inmortales la debe desechar, abreviar, y mantener controlada. Aquella persona que siempre entiende precisamente el movimiento y las paradas de esta rueda de la vida, nunca será engañada entre todas las criaturas. Liberada de todas las impresiones, despojada de los pares de opuestos, redimida de todos los pecados, alcanzará la meta más alta.” Mahabharata.
La vida, en muchos aspectos es cíclica, se podría comparar con una rueda que da vueltas.
La repetición de las estaciones del año y las horas del día nos hablan de la ciclicidad inherente a la vida. Una repetición sin cesar de un continuo renacer.
Podemos imaginarnos todo esto simbolizado por una rueda.
La rueda de la vida.
Una vida dominada por los sentidos y las pasiones, con todas sus trampas y peligros.
Pero con esta connotación de ciclicidad, quien no logra tomar distancia de la vida dictada por las pasiones, se queda eternamente atrapado dando vueltas.
La tarea de cada persona es alcanzar el desarrollo pleno.
Así que la ciclicidad representada por la rueda de la vida es relativa.
Solo el pleno desarrollo del individuo permite escapar de ella.
Este desarrollo en todos los campos es fundamental para seguir rodando en los momentos que nos tocan vivir.
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