Todos somos energía, distintos pero iguales. Todos somos una versión de otros. Y al mismo tiempo todo es lo mismo.
Por eso somos espejos de los demás y a la vez debemos aprender a vernos en el reflejo de las demás personas.
A través del espejo que nos hace otro descubrimos nuestro “yo”.
Todo lo que vemos a nuestro alrededor es una expresión de nosotros mismos.
Tanto aquellos a quienes amamos como aquellos por quienes sentimos rechazo, son espejos para nosotros.
Nos sentimos bien con las personas que tienen características similares a las nuestras y sentimos rechazo hacia las personas que nos reflejan las características que negamos en nosotros. Si sentimos una fuerte reacción negativa hacia alguien, podemos estar seguros de que tenemos características en común, características que no estamos dispuestos a aceptar. Si las aceptáramos, no nos molestarían.
Gastamos gran parte de nuestras vidas negando este lado oscuro sin darnos cuenta de que terminamos proyectando esas características oscuras, que son también nuestras, en quienes nos rodean.
Cuando estamos dispuestos a aceptar los lados luminosos y oscuros, podemos empezar el camino. Cuando aceptamos esos distintos aspectos de nuestro ser, nos hacemos más conscientes de que todos somos uno y todos somos iguales.
Observemos que las características que distinguimos más claramente en los demás siempre están presentes en nosotros.